lunes, 25 de mayo de 2015

ESCUCHA LA VOZ...


Perdida, sedienta del abrazo cálido que me habías prometido tantas veces, caminaba por el desierto de la vida que no había decidido vivir, el camino que no había tomado yo por propia voluntad, inmersa en un bosque de desconciertos, de desaciertos, lejos de quien debía ser, aislada de mi propia esencia, apagada dentro de mí misma.

El cielo mostraba siempre las mismas y eternas estrellas, con el mismo mensaje, “mírame”, algo que no entendía, ¿qué debería mirar y por o para qué? Mi alma lloraba a cada insulso paso, por cada respiración sin sentido, por cada pregunta que no sabía responderme.

Y entonces caí en un hueco profundo de la tierra, oscuro, envuelto en un aterrador silencio, en una soledad que me asustaba y que me enloquecía, gritando tu nombre para que me rescataras, para que me salvaras de mí misma, de mi propio infierno.

Mi grito se ocultaba entre mis lágrimas, mi voz se palidecía, mi llanto me ahogaba hasta no permitirme tomar aire, en el sollozo de un alma condenada.

Me ofuscaba entre las tinieblas de mis más terribles temores, buscando la manera de alcanzarte, de tomar tu mano y salir de aquel lugar que me mantenía atrapada.

Pero un día entendí que debía ser valiente, fuerte, y construí una escalera con cada pedazo de mi alma que se había ido desgarrando de mi pecho. Lo que me hizo daño me convirtió en una guerrera, una luchadora que tendría que salir hacia delante sola, enfrentándose a cada fantasma, a cada sombra y olvidar que tú podías estar cerca.

Así fue cómo murió aquella mujer asustadiza, enterrada entre sus dudas, dejando atrás la debilidad, el miedo, la idea absurda de que alguien debía ayudarme, alguien debía sostenerme, alguien debía ver cuánto valor había en mí, pues la única persona que debía amarse y valorarse era yo misma.

Poco a poco, fui curando mis heridas, y mi alma se fue recomponiendo, y entonces, apareciste tú, como un espíritu errante, encerrado en tu propio bosque de dudas, y pasé de ser la anhelante mujer que deseaba ser rescatada a ser la anhelante mujer que deseaba rescatarte desesperadamente.
Arduos aprendizajes que nos pone la vida, o tal vez los creamos nosotros mismos para superarnos.

Cometí dos errores, uno, amarte y desearte a ti por encima de mí misma, otro quererte liberar, cuando ya había descubierto que sólo uno mismo puede hacer tal cosa.



Así que mi alma, cuyo amor hacia ti era tan grande como la fuerza que había ganado en mi búsqueda interior, te envió un susurro como llave para tu liberación, mientras yo continuaba mi paso hacia mis sueños, que ya lograba atisbar como una realidad que se asomaba frente a mí y me hacía sonreír.

No quise renunciar a mi propia sonrisa, a mi felicidad, pero miraba hacia atrás para verte, para seguir susurrándote desde mi ser donde estaba la salida de tu cárcel, porque, a pesar de todo, aunque yo estaba ya entrando en otros mundos de amor y de luz, si tú no lograbas escapar de aquello, algo de mí se quedaría contigo... Mi voz...

Mi voz, que siempre te acompañaría, siempre, para guiarte, para cuidarte, para que un día, pudieras devolvérmela mientras yo te entregaba la mirada que tú me regalaste aquel día en nuestra despedida, en otros mundos creados a través del sueño, ilusión que quedó grabada en mis pupilas...

Arael Elämä

No hay comentarios:

Publicar un comentario